Luego de varias reuniones en cafetines de
la ciudad, finalmente nos pusimos de acuerdo y decidimos que
nos iríamos a pasear a la selva, a Santa María y los pueblos
aledaños, para caminar, comer bien, conocer la zona, en si,
para realizar un gran viaje de aventuras.
Partimos a las siete de la mañana de un buen día lunes, con
rumbo al valle. En el camino, envés de viajar tranquilamente
tratando de dormir, decidimos armar semejante alboroto; así
que instalamos un equipo de música, compramos cuatro vinos
tintos y bastantes bocadillos. Así que alborotamos a todos
los pasajeros, quienes lo toleraron de buen agrado. De esta
manera, entre reír, cantar, escuchar música y tomar vino,
llegamos al pueblo de Santa María, pueblo de la selva de
Cusco, cercano a Quillabamba.
Bajamos en una punto de la carretera y caminamos en medio de
la selva en busca del pueblo, al llegar instalamos nuestras
cosas en la vivienda del gran amigo Juan. Ya bastante
entrada la tarde fuimos a la parte moderna del pueblo, a
buscar un buen almuerzo. Entramos a un restaurante y pedimos
de todo, yo pedí un gran plato de pescado frito y los demás
lo que les gustaba. Mientras esperábamos, nos la pasamos
haciendo chistes y piropeando a la muchacha azafata, quien
era una chiquilla selvática bastante agraciada.
Por la noche, luego de la cena, decidimos mudarnos a un
hotel de la parte moderna del pueblo, pues aunque en la
vivienda del amigo Juan no pagaríamos nada, realmente la
pasaríamos mejor en un hotel, así que sin pensarlo y lo más
rápido que pudimos mudamos nuestras cosas al hotel. Luego de
descansar un buen rato, justo cuando todos pensaban en
dormir, luego del agitado día, decidí ir a la discoteca del
pueblo y me fui solo. Total, si los demás querían dormir, no
me iba a perjudicar. Así que me instalé cómodamente en una
pequeña discoteca de la plazoleta principal, y sin demora
fui rodeado de todo tipo de parroquianos locales y amigas de
la noche, con quienes bailé y me divertí, conversamos y nos
alegramos de lo lindo. La diversión terminó a eso de las
tres de la madrugada, en mi habitación del hotel.
***
Al día siguiente, desperté como a las
ocho de la mañana, verdaderamente cansado por haberme
divertido tanto el día anterior. Pero, en realidad estaba
muy animado a tener otro día de aventuras. Luego de bañarme
salí al pueblo y directamente me encontré con mis amigos,
quienes me esperaban en uno de los restaurantes para tomar
un gran, pero gran desayuno, consistente esta vez, en lomo
saltado, café y una ensalada de palta y vegetales de la zona,
más un gran vaso de jugo mixto. ¡Qué delicia amigos lectores!
El desayuno nos reconfortó, mientras reíamos y nos
divertíamos analizando las aventuras del día anterior. En el
desayuno me enteré que mis amigos también habían salido,
pero ellos habían decidido ir a otra discoteca. Bueno, lo
cierto es que todos la pasamos bastante bien aquella noche y
estuvimos muy bien acompañados.
El plan para la mañana estaba trazado, no había que discutir
nada, así que rápidamente fuimos al hotel a sacar nuestra
ropa de baño y otros insumos. El automóvil nos esperaba, así
que nos embarcamos rumbo a los baños termales del pueblo
vecino de Santa Teresa. Durante los cincuenta minutos que
duró el viaje me dediqué a observar la espesura e inmensidad
de la selva y la grandeza de las montañas, vimos bandadas de
loros y otras aves, el río cargado de agua y piedras, la
tupida y verde vegetación, y por supuesto, a algunos monos,
mariposas y otros animales.
Me habían dicho que los baños termales del pueblo de Santa
Teresa eran magníficos, medicinales y vivificantes. Pensé
que había alguna poza de piedra junto a la emanación natural
de agua caliente, pero al llegar, grande y satisfactoria fue
mi sorpresa. Había un grande y magnífico albergue lleno de
comodidades, el cual incluía tres grandes piscinas con
caídas de agua y todo eso, para bañarse y disfrutar de las
aguas termales. ¡Magnífico! Tomamos unas grandes perezosas y
junto a las piscinas nos instalamos. Luego nos metimos a las
piscinas calientes de las cuales no quisimos salir durante
horas. Ordenamos unas cervezas bien heladas para ir calmando
la sed mientras tomábamos los baños. Hora tras hora
permanecimos remojando y nadando en las aguas termales,
gozando magníficamente de sus efectos positivos para la
salud mental y física.
Ya en la tarde, cuando nos encontramos completamente laxados
y satisfechos, dejamos el magnífico albergue y regresamos a
Santa María. Nos esperaba el restaurante, donde habíamos
ordenado un magnífico preparado de peces del río.
La cena se prolongó por un par de horas, pues luego de comer
magníficamente, ordenamos unas cuantas cervezas mientras
escuchábamos música y conversábamos del sentido de la vida.
La pregunta que animó nuestra conversación fue: “¿Cuál es el
sentido de la vida?” Muchas opiniones fueron vertidas, pero
la conclusión fue una, directa, fría, pero real. Llegamos a
la conclusión que el sentido de la vida es… simplemente,
vivir, de la manera en que cada uno elija. Bien por los que
decidieron perseguir sus ideales sin desmayo y aforrándose a
ellos con uñas y dientes, también por los que decidieron
vivir sus vidas a través de sus hijos haciendo todos los
esfuerzos por hacer de ellos hombres de bien; también por
los que decidieron vivir la vida de vagos y hedonistas
gozando tanto como sea posible. Todas las posibilidades son
respetables. Cada uno tiene la libertad de decidir qué hacer
con la vida que Dios le dio, pero todos invariablemente
tenemos el reto de seguir adelante. Vivir es el sentido que
le hallamos a la vida aquella noche.
Luego de largo conversar, nos arremetió el sueño y cansancio,
así que nos fuimos a dormir tranquilamente durante largas
horas, procurando descansar tanto como fuera posible, para
iniciar al día siguiente un nuevo día de aventuras.
Juan nos despertó muy temprano, a las seis y veinte de la
mañana. “¡Ya vagos! Se levantan ya, tenemos que iniciar la
caminata bien temprano si queremos llegar a la conjunción
del río”.
Nos levantamos y aprovisionamos de fruta y algo de agua para
la caminata. Luego de tomar un riquísimo desayuno
consistente en un guiso de sajino acompañado con yuca y un
cargado café, iniciamos la larga caminata. Primero seguimos
el sendero de la carretera, caminamos unos tres o cuatro
kilómetros observando la selva, hasta que ingresamos a la
orilla del río, por la cual avanzamos unos tres kilómetros
más, hasta que llegamos a un remanso en la orilla del
tormentoso río Alto Urubamba. Nos acomodamos allí para
conversar, comer fruta, darnos unos chapuzones y filosofar.
Esta vez el sentido de nuestra sesión de filosofía fueron
los amigos, los hermanos, la familia, la sociedad.
Mientras hablábamos emitiendo nuestras opiniones sobre tan
controvertidos e importantes temas, nos dimos cuenta que el
río nos refrescaba permanentemente con una brisa fresca que
nos ayudó a soportar el calor tropical de la zona. La brisa
se llevó todos nuestros pensamientos, cada tema analizado,
cada frase emitida fue rápidamente llevada por el viento.
Mientras permanecíamos en la orilla, sentados en las grandes
piedras, remojando los pies en el agua, conversando y
filosofando, me di cuenta de la verdad y vigencia de la
frase: “A las palabras se las lleva el viento…” Hablamos
hasta por los codos, pero, todas nuestras palabras se las
llevó el viento. Realmente, durante aquella mañana no
tuvimos perturbación alguna, por nada; las deudas, el
trabajo, los problemas de la ciudad, los chismes de las
viejas, desparecieron y sólo tuvimos tranquilidad y paz
mientras comíamos, mangos, naranjas, plátanos y pan. ¡Era
posible observar cómo el viento se llevó nuestros
pensamientos formados por imágenes y palabras! Realmente se
perdieron en el laberinto del río.
Ya en la tarde caminamos de regreso, siguiendo el lecho del
río, hasta que llegamos a una gran acumulación de piedras
por la cual el río ingresaba formando un pequeño pozo, al
cual ingresaban las aguas con gran fuerza. Nos bañamos en
agua helada, pero nos cayó muy bien, pues estábamos
quemándonos por el sol y el ejercicio. Mientras nos
bañábamos nos reíamos, hablando mal de las mujeres y
observando el armónico y organizado vuelo de los gallinazos,
la frondosidad de las montañas y la bondad divina expresada
en lo maravilloso del río.
Luego de un largo y reconfortante baño, regresamos a Santa
María, caminando por el lecho del río. Mientras caminaba
tenía en cuenta el peligro que corría de caerme en las
piedras de la orilla, me di cuenta que esas piedras habían
sido botadas por el río en sus muchos años de recorrer su
cauce, las piedras grandes y pequeñas se acumulaban en las
orillas del río y lo adornaban, mientras que el río seguía
corriendo por su cauce en busca de su destino. Me di cuenta
de lo fútil y absurdo que sería dejarse detener por las
piedras del río, uno no debe detenerse, ni dejarse derribar
por ellas, porque entonces se quedaría allí, estático.
Entonces, mientras caminaba junto a mis amigos sorteando las
piedras, me conecté mentalmente con el río y comprendí una
gran lección: El río es como la vida que corre hacia su
destino, siempre con agua nueva, sin detenerse por las
piedras, las bota a la orilla, las convierte en arena, las
esquiva y moja. Las piedras son como los problemas, grandes
y pequeños que adornan la vida del hombre. Cuanto más
grandes son, más majestuoso es el río. Los problemas son las
piedras que adornan nuestra vida, hay que dejarlas de lado,
no podemos detenernos, hay que seguir viviendo, hay que
seguir llevando el agua de nuestro espíritu hacia su destino,
el gran mar de la vida.
Volvimos a Santa María antes del anochecer. Almorzamos algo
suculento y luego nos invadió una suerte de nostalgia, de
tristeza y depresión, fue una sensación que siempre invade a
los viajeros antes de regresar. Para pasar el tiempo y
mitigar tal sensación nos sentamos en las bancas de uno de
los restaurantillos, y nos dedicamos a observar a la gente
que pasaba y repasaba. Mientras tanto tomábamos unas cuantas
cervezas. Estuvimos allí hasta cierta hora de la noche,
observando a la gente, riendo de las ocurrencias de cada
quien, conversando sobre las anécdotas de cada uno, así, con
el pasar de los minutos, la nostalgia se nos quitó y nos
sentimos agradecidos y felices de haber pasado unos días tan
fabulosos.
Cansados y abotagados nos fuimos a dormir; y aunque el calor
era intenso y la molestia de los moscos incesante, logré
dormir profundamente hasta las 6:30 de la mañana siguiente.
Al día siguiente, nos levantamos y salimos a tomar el
desayuno, que en esta ocasión fue algo ligero, café con un
emparedado de palta. Luego salimos a la plazoleta del pueblo
a esperar la llegada del bus. Mientras llegaba aproveché el
tiempo para comprar frutas y paltas para mi madre. Luego de
llenar un cajón de madera con las deliciosas frutas de la
selva y las verdes paltas, estuve conversando un rato más
hasta que llegó el bus.
Nos embarcamos y luego de un viaje de cuatro horas,
estábamos nuevamente en Cusco. En el Terminal sacamos
nuestras cosas y nos despedimos prometiendo vernos
próximamente y repetir el viaje. Tomé un taxi y en unos
minutos ya estaba en casa, completamente cansado, picado por
los moscos, sucio y agotado. Dejé mis cosas y me di un
refrescante baño. Luego cené escuchando música y me acosté.
No tarde en quedarme completamente dormido.
Al día siguiente me levanté temprano para reiniciar mis
actividades laborales y visitar a mi madre para llevarle las
frutas. Mientras caminaba hacia la casa de mi madre pensé en
mi vida y recordé la vitalidad, las piedras y el viento del
río. Entonces supe que a las palabras se las lleva el viento,
que los problemas pasan y quedan en nuestras vidas como
decoración de nuestro recorrido. Sin piedras en el camino no
habría vitalidad en nuestra existencia, sería monótona y sin
sentido. Sin el viento purificador que todo lo limpia, que
acaba con los malos recuerdos, toda la vida sería un lugar
tóxico lleno de rencores.
Llegue a la casa de mi madre y mientras tocaba el timbre
para ingresar, supe que todo iría bien, que el destino tenía
grandes aventuras y proyectos para mí. Me sentí feliz.
FIN.
David Concha Romaña
2010
Fotografia en: www.allcuscoperu.com