Fui al supermercado a hacer las compras
de la semana, con la sana intención de aprovisionarme de los
alimentos, bebidas, indumentos de limpieza y otros productos
que uno necesita para seguir viviendo.
Estando a unos pocos metros de la entrada, observé que una
mujer bajaba de un moderno automóvil. Nada de extraño
tendría este acontecimiento, si no fuera porque la reconocí
casi inmediatamente. Me alejé un poco, pues no quería que me
viera, sin embargo, y sin poder evitarlo, la fui siguiendo a
una distancia prudencial, mientras hacía sus compras y yo
las mías. En realidad no hice ninguna compra, llené el
carrito con cualquier cosa, pues tenía la mente concentrada
en ella.
No tenía duda, era Liliana, pero ya no era la muchachita a
la que abandoné hace tantos años, era una mujer hecha y
derecha, feliz madre de familia y seguramente, esposa ideal.
Mientras la seguía por los pasillos del supermercado,
recordé lo que fue nuestro romance, cuando yo era un
jovencito y ella una adolescente. Fuimos tantas veces al
campo a pasear, a disfrutar juntos de alguna golosina y de
los favores del amor juvenil, fuimos tan sinceros el uno con
el otro, fueron tan buenas e idealistas nuestras intenciones,
que hubiera sido imposible olvidarla. No señores, no la
olvidé, sobre todo, cuando los romances que siguieron fueron
lo que fueron, locas ilusiones y peligrosas aventuras
amorosas.
Se terminó porque los primeros amores siempre terminan.
Claro, durante algunos minutos me pregunté si no fui yo el
culpable. No hay culpables en estas situaciones, la culpa la
tiene la inexperiencia, la juventud, las hormonas, el rock,
entre otras causas. Claro, no pude evitar que vinieran a mi
mente las imágenes del día en que la dejé en la puerta de su
casa, con sus ojos verdes inyectados de lágrimas. Lo que
ella probablemente nunca supo es que si bien ella se quedó
lloriqueando, a mí se me rompió el corazón. ¿Hubiéramos sido
felices? Tal vez sí, quien sabe...
Así estuve deambulando por el supermercado, recordando y
observándola. Seguramente habría llegado a la ciudad a
visitar a sus padres, a recordar la tierra, yo no sé, lo
cierto es que ya no vivía en Cusco, obviamente estaba de
visita. ¿Habría pensado en buscarme? No lo creo.
Luego de un rato, la vi acercarse a la caja, pagar su cuenta
y salir rápidamente. Entonces, en un arranque de
impulsividad, dejé mis paquetes tirados en el suelo y salí
corriendo tras de ella, mientras sentía que mi corazón se
saldría de su lugar. En la puerta del supermercado, me
detuve abruptamente, pues vi a un sujeto de gran tamaño, con
pinta de gorila que salía del automóvil moderno y le ayudaba
con los paquetes, mientras dos niños alegres le hacían señas
por la ventana. Luego de unos segundos todos abordaron el
auto y se marcharon para perderse rápidamente en la avenida.
En la puerta, no logré contenerme y grité exaltado,
persiguiendo al auto:
-¡Liliana te amo como el primer día en que te vi! ¡Deja a
ese maldito gorila y vuelve conmigo! ¡Sé que todavía me amas!
Olvidando las malditas formas sociales, me quedé un momento
parado al borde la pista, hasta que un amigo se acercó y me
calmó:
-Cálmate muchacho.… Se fue, qué vas a hacer.
-Gracias, gracias, no fue nada. -Le agradecí y visiblemente
alterado, con mi corazón latiendo como el de un caballo de
carreras, me marché del lugar.
Estaba retirándome del lugar, cuando los empleados del
supermercado salieron corriendo, se dieron cuenta que no me
encontraba bien, amables y diligentes se acercaron y me
acudieron:
-¿Se siente bien señor?
-No muchachos, no me siento bien, pero, no se preocupen, ya
me iba, estaré mejor. Disculpen las molestias.
***
Regresé a casa y me tiré en el sillón a
respirar y calmarme. Por unos momentos me sentí perdido y
desolado por haberla visto en manos de ese indeseable gorila.
No les miento estimados lectores, poco faltó para que me
diera un fulminante y devastador infarto. Afortunadamente,
poco a poco me fui calmando y retomando la razón.
Me serví un vaso de agua y entonces, recién entré nuevamente
en razón. A decir verdad, pensándolo bien, Liliana estaba
mucho mejor de madre ideal y fiel esposa, que conmigo. Luego
de la impresión inicial, me pareció muy bien que estuviera
bien casada, con hijos, con dinero y todo lo demás, después
de todo, el tipo ese, no era otra cosa que un amable gorila
filantrópico. Estaba cumpliendo perfectamente su rol de
guardián proveedor de su familia.
¿Qué hubiera sido de Liliana junto a mí? No quiero ni
pensarlo, yo no le hubiera dado más que locura pura, amor
ocasional, noches de insomnio y muchas promesas.
Tomando un nuevo respiro, volví a salir para hacer mis
compras. Es mejor que las cosas quedaran así, esa mujer, que
algún día fue una hermosa chiquilla, está mejor en mis
recuerdos que en mi vida. Después de todo, la mujer que vi
en el supermercado, ya no era Liliana, era la mujer del
gorila, la madre de esos niños. Hubiera sido una tremenda
torpeza tratar cambiar las cosas.
FIN.
David Concha Romaña
2005
Eugenia Suárez. Argentina.