El sábado por la mañana, poco a poco
fueron llegando los amigos, trayendo a sus familias: niños,
abuelos, amigos, empleados, novias y novios, y hasta a
algunos perros. Antes de las nueve de la mañana el grupo
compuesto por diez familias ya estaba listo para emprender
el paseo.
Finalmente las camionetas y automóviles estaban listos, las
viandas se embarcaron y el coordinador comunicó que no
faltaba nadie, así que partimos hacia el Valle Sur de Cusco,
en busca de un lugar agradable para pasar el día.
Aunque inicialmente pensé que hubiera sido mejor pasar la
mañana tomando un baño sauna, acepté el paseo, pues no tenía
uno igual desde varios años atrás, sería reconfortante salir
a pasear por el campo, caminar un poco, hacer deporte y
comer saludablemente en compañía de los buenos amigos de la
cooperativa.
El auto en que viajaba mi familia avanzaba rápido, mientras
corría por la pista sonaba la música de Bob Marley.
Rápidamente llegamos al Valle Sur y pasamos uno tras otro
los pequeños pueblos que se encuentran en el camino.
Mientras viajábamos pensaba en mis problemas, en mi familia,
en las cuentas, en las dificultades cotidianas y en mil
cosas más. En cierto momento, mientras pensaba y escuchaba
la música, la pequeña hija de Carlos, me jaló de la manga de
la camisa y gritó fuertemente:
-¡Mira tío, mira tío!
Vi por la ventana, se trataba del humedal de Huacarpay. Al
ver la belleza del paisaje natural sentí una atracción
irresistible que inmediatamente me sacó de mis pensamientos,
poseído por una repentina alegría animé a los demás a
quedarnos en el lugar.
-¡Éste es el lugar, quedémonos aquí! –Les dije animado.
-¡Sí, sí, sí! -Afirmaron todos con gran entusiasmo.
Observamos el humedal, estaba ligeramente cubierto por
niebla, sin embargo, se apreciaba que el sol lo calentaría
plenamente durante la mañana. Sobre la extensión de la
laguna que le da vida al humedal volaban aves diversas, en
la laguna nadaban libres y dispersos, patitos de laguna. Las
plantas de la orilla le daban un ambiente muy agradable y
las montañas que la rodean formaban un magnífico marco de
vida natural.
Nosotros queríamos entrar y quedarnos allí, pero no sabíamos
si los amigos que iban en los otros autos desearían lo mismo.
No fue necesario parar y comunicar a los demás nuestro deseo,
los otros autos ingresaron por la carretera de tierra. Al
parecer todos sintieron el mismo entusiasmo. De tal manera
que decidimos quedarnos a pasar el día en el humedal. ¡Qué
gran idea! Tiré mis preocupaciones por la ventana. ¡Que viva
el campo, abajo la ciudad!
Estacionamos los autos en el punto más cercano a la laguna y
bajamos entusiastas y alegres, los niños corrieron
directamente hacia las orillas de la laguna. Los adultos
también nos acercamos a respirar el aire fresco y puro del
lugar. Inmediatamente bajamos supimos que ése era el paisaje
adecuado, pasaríamos un magnífico día de campo.
Durante algunos minutos buscamos un lugar para establecer el
campamento, colocar las cosas, organizar el almuerzo y
reunirnos. Poco a poco nos fuimos acercando casi
instintivamente hacia las sombras de un conjunto de árboles
de molle. Al llegar al lugar nos sentimos muy cómodos,
colocamos las cosas y en poco tiempo, los chicos estaban
jugando boleo y fútbol, mientras otros paseaban por las
orillas de la laguna.
Iniciamos la mañana jugando, comiendo fruta, conversando,
haciendo planes, compartiendo anécdotas, mientras
disfrutábamos del maravilloso entorno natural del humedal.
Cerca de las once de la mañana, decidí dar un paseo por los
alrededores
Observé que al lado de los árboles de molle, había una gran
formación rocosa que emergía de la tierra, parecía ser un
punto terminal de una gran beta de roca que se hundía en la
tierra, caminé por los alrededores, acercándome al cerro.
Observé que la formación rocosa avanzaba hacia la montaña,
penetrando poco a poco en sus entrañas, era impresionante.
Mientras la observaba sentí un deseo de seguir esa beta. Me
detuve por un momento y coloqué mis manos sobre su
superficie, me sentí fortificado y renovado.
***
Mientras observaba la peculiar formación rocosa, vi que
desde uno de los cerros que rodean al lugar se acercaba un
grupo de personas, cuando estuvieron al alcance de la vista,
me di cuenta que era gente de una de las comunidades
cercanas, campesinos y sus familias que venían hacia el
humedal.
A cierta distancia ellos también nos vieron y uno de ellos,
un hombre anciano de marcadas facciones andinas se adelantó,
acercándose hasta mí.
-¡Buenos días señor! -Me saludó moviendo los brazos.
-¡Cómo le va amigo! -Respondí.
Era un hombre alto, flaco, de marcadas facciones andinas.
Tenía una mirada penetrante y expresión directa. Inspiraba
autoridad, parecía ser una persona de buenos sentimientos.
Al llegar me habló, me preguntó si no nos incomodaba que
ellos también hayan decidido visitar el humedal. Le dije que
por mí no había ningún problema y seguramente por mis
compañeros tampoco. Mientras su grupo se acercaba, lo llevé
hasta el grupo y lo presenté, luego de un agradable diálogo
decidimos que ninguno de los grupos tendría problemas
estando juntos en el humedal. De tal forma que los amigables
campesinos llegaron y estuvieron cerca de nosotros, no pasó
mucho tiempo hasta que los niños de nuestro grupo se
pusieron a jugar con los niños campesinos, poco rato después,
recibimos una agradable invitación: una gran fuente con
choclos hervidos y queso. La unión se dio de una manera
natural, terminamos almorzando juntos y compartiendo amistad
e invitaciones con ése inesperado pero agradable grupo de
campesinos.
Luego del almuerzo me llamó la atención verlos llevar flores
y ofrendas hacia la formación rocosa. Me acerqué llevando
algunas flores de retama que recogí del humedal, pregunté
por qué reunían ofrendas. El hombre anciano me explicó que
durante la tarde se realizaría una ofrenda, un ritual de
pago a la tierra. Ése era el lugar ideal, pues, según me
explicó, en ese punto emergía desde las profundidades de la
tierra, un Seqe o punto de energía.
Me explicó que la tierra tiene muchos sistemas de
circulación de la energía, tales como los ríos y las
corrientes de aire. Me dijo que debajo de la superficie
existen sistemas de circulación formados por conductores de
minerales y rocas que se extienden por debajo de la tierra a
manera de carreteras o senderos. Estos senderos de energía
emergen en ciertos puntos, a los cuales se les llama “seqes”.
Según me explicó, son lugares de concentración de la energía
de la tierra, por donde emerge para alimentar a la tierra y
mezclarse con el aire. En tiempos de los Incas, se enterraba
ofrendas y se sembraba un gran árbol al pie de cada seqe,
costumbre que aún permanece en algunas comunidades. Un seqe
es un lugar sagrado. El anciano me explicó que el punto de
energía atrae vida, vegetación, animales y gente, no le
parecía extraño que hayamos elegido ese lugar, habíamos sido
atraídos por el punto de energía.
Cuando el grupo se enteró de que se realizaría un pago a la
tierra, todos se entusiasmaron, apurándose a preparar flores
y ofrendas. Los campesinos trajeron metales, lana, plumas de
aves, sustancias aromáticas, y muchas otras cosas que
colocaron al pie de uno de los molles junto a la roca
emergente. Les pregunté qué podríamos hacer nosotros:
“Traigan lo que quieran como respeto y cariño para la madre
tierra”-Nos indicó. Pensamos en una ofrenda adecuada, sana y
respetuosa como el pan. Así que rápidamente, Pancho tomó su
automóvil y fue a comprar pan especial a uno de los hornos
del pueblo más cercano. Media hora después cuando volvió,
observamos que el pan estaba cuidadosa y delicadamente
preparado y se veía lleno de bondades, pensé que si algo
reunía las cualidades para expresar nuestra buena voluntad
hacia la madre tierra, era precisamente eso: el sagrado y
bendito pan. Lo ofrecimos como ofrenda principal de parte de
nuestro grupo y complementariamente entregamos flores y
frutas, algunos niños se animaron y entregaron algunos de
sus juguetes. Me conmovió mucho que la niña llamada Carmela
entregue su querido oso de peluche.
Mientras la gente se reunía en torno a la ofrenda, de entre
el tumulto salió el anciano, su presencia era magnética,
estaba ricamente vestido con prendas andinas. Su mirada era
profunda, penetrante e inspiraba un respeto natural. Se
acercó a las ofrendas y las observó atentamente. Había de
todo. Tomó un gran vaso que contenía un preparado especial
con alcohol y plantas. Fue rociando las ofrendas con este
líquido y soplándolo hacia los cuatro puntos cardinales,
mientras pronunciaba palabras en quechua. Su voz al salir de
sus pulmones parecía unirse armoniosamente al sonido del
viento de la tarde que ya empezaba a llegar. Luego tomó una
gran porción de coca y otros elementos y los echó en el
suelo. Terminando esto, nos pidió que nos reunamos en
círculo en torno a él, cuando estuvimos dispuestos tal como
nos indicó, nos habló sonora y firmemente: “Todo estará bien
mientras seamos respetuosos de la tierra. Los Apus nos
protegerán de las calamidades. Entregaremos hoy esta ofrenda
a nuestra madre para que la reciba y nos tenga a bien en sus
bondades y permita que este Seqe siga dando energía…”
En cuanto terminó de hablar, tomó algunos elementos y armó
un sahumerio al lado del Seqe. Lo dejó ardiendo, despidiendo
agradables olores aromáticos a plantas y nos invitó a
alegrarnos. Cantamos y nos alegramos durante un buen rato.
Bailamos y cantamos waynos andinos con música de charangos,
tambores y zampoñas que tocaron animadamente un grupo de
comuneros.
Estuvimos bailando y cantando animadamente, en cierto
momento sentí que todos formamos un único grupo
indiferenciado. Por unos minutos todos participaron, podría
decir que nos convertimos en un único ser alegre y feliz que
bailaba y cantaba festejando la vida, alegrándose, sintiendo
íntimamente la fuerza del viento, el temple de la
temperatura del lugar, la protección de los cerros, la
vitalidad del humedal y la energía que emanaba del Seqe. En
ese momento sentimos que ese lugar era un magnífico punto de
energía y que todos éramos parte de su ser, que teníamos
vida en una sola existencia y en un mismo momento mágico.
Luego de mucho bailar y cantar, las nubes cargadas de lluvia
llegaron hasta el humedal y comenzó una generosa pero
potente lluvia, seguida de poderosos rayos que cayeron en
los cerros, pronto caerían en la laguna y los alrededores.
Aunque habíamos pasado unas horas magníficas, era tiempo de
marcharse. Nuestro coordinador reunió al grupo, nos
despedimos gratamente agradecidos de nuestros amigos
campesinos y apresurados nos encaminamos hacia los
automóviles.
Antes de marcharme, ubiqué al hombre anciano y le pregunté:
-¿Qué podemos hacer por este lugar caballero?
-No tienen que hacer nada especial, vengan cuando quieran,
no lo dañen, no prendan fuego a los árboles. Respeten a los
animales que viven en la laguna, limpien el lugar cada vez
que vengan.
Luego de despedirme, corrí rápidamente hacia el automóvil y
junto a nuestro grupo regresamos a la ciudad.
FIN.
Escrito en Cusco. 2004. - Autor: David Concha Romaña
José Luís Morales Sierra. "Unku I."