Literatura y arte

desde el centro

del Mundo.

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Líbero

Terremoto.

Aquella tarde estaba sentado en el sillón de mi dentista, el Doctor Meneses, esperando pacientemente a que haga su trabajo, soportando calmadamente la tortura del taladro, del antipático espejuelo y del sinfín de instrumentos atemorizantes que utilizan los dentistas.

En cierto momento sentí que las ventanas y el suelo temblaban, era un temblor fino, casi imperceptible al principio, pero, se fue acentuando rápidamente, hasta convertirse en un temblor notorio. Entonces yo y el buen doctor, dejamos de lado la vergüenza e interrumpimos el tratamiento. Nos paramos para observar la situación por la ventana. Esperábamos que el temblor pase rápidamente, pero no pasó.

Estábamos a punto de salir corriendo, pues el consultorio estaba situado en el segundo piso de una casa de abobe. Ante un incremento del movimiento sísmico podría suceder lo peor. Entonces escuchamos que los vecinos del patio interior salían corriendo y gritando, especialmente las mujeres, gritaban a viva voz:

-¡Sálvanos Señor, no nos dejes morir!
-¡Terremoto, terremoto!

Algunas vecinas perdieron el control y gritaban desesperadamente, levantando los brazos en señal de ruego.

-¡Es el fin del mundo, es el fin del mundo!
-¡Moriremos todos, moriremos todos!

Yo y el doctor observamos que los vecinos no sólo gritaban, sino que sacaban cosas a la calle, seguramente con la intención de salvar algo de sus pertenencias. En ese momento nos dimos cuenta que era tiempo de dejar el consultorio, así que salimos a la calle, lo más rápido que pudimos, para salvar nuestras vidas.

Al llegar a la calle, vi que el alboroto era grande, pero, no me desesperé. Durante unos momentos ayudé a las personas a controlarse y calmarse. De pronto, en la esquina más cercana se escucharon unos gritos aún más fuertes y exaltados que los primeros:

-¡Oiga imbécil, cómo se atreve!
-¡Bestia humana, lo vamos a linchar!
-¡Animal, mire lo mal que estamos!

En ese momento, el temblor se detuvo abruptamente. La gente corrió hacia la esquina, y tras de ellos fuimos yo y el buen doctor. Grande fue mi sorpresa al ver que no había nada que temer, pues no se trataba de un fenómeno telúrico, no era ningún terremoto, sino una imprudencia. Tuve que intervenir para evitar algo aún peor.

-Señores… -Hablé dirigiéndome a la alterada muchedumbre-, por favor, no vayan a linchar a este hombre, es un trabajador que sólo está haciendo su labor, ha cometido una imprudencia, eso está claro, pero, por favor cálmense, yo mismo presentaré una queja ante el Municipio.

Luego de mucho alboroto la gente se calmó y permitió al trabajador retomar su labor.

Los desesperados gritos de alarma se transformaron en una sonora, prolongada e inevitable cascada de carcajadas, al ver cómo el “temblor” volvía a sentirse, fino y permanente, cuando el trabajador del municipio puso en marcha nuevamente la gigantesca y pesada aplanadora de metal.

FIN.
David Concha Romaña
2006


“Conversación entre Vecinos”. Pedro Castaño Gallardo. España.

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