Entre sueños escuché unos silbidos
característicos, agudos, profundos y casi imperceptibles
para quien no los conocía. Desperté, eran las dos de la
mañana, salí cautelosamente a la ventana y… ¡Oh Sorpresa!
Eran dos de mis grandes amigos locos y una chica demasiado
guapa. Me hicieron señales con la mano y me dijeron: “¡Sal
viejo apúrate, nos deja la camioneta!” Ni tonto ni perezoso,
me puse un jean, zapatillas, una polera de moda, puse en mi
bolsillo derecho algo de dinero y me lancé a la calle, por
la puerta trasera de la casa, sin que se diera cuenta mi
padre.
Mientras me cambiaba, me dije a mi mismo: “Pero, si he
prometido no salir esta noche. ¿No sería mejor que me
quedara?” Mientras avanzaba hacia la puerta, terminando de
ajustarme le correa y restregándome los ojos para despertar,
me respondía: “Claro que sería mejor no salir, pero…pero… ¿Y
la chica tan guapa? No la puedo dejar escapar.” Ya cerrando
la puerta a toda prisa, pues la camioneta comenzaba a
hacerme señales con las luces, recordé de qué manera me
había negado a salir. Como ya había salido toda la semana, a
todo sitio. Había estado de discoteca en discoteca y jugado
al amor con chicas diferentes, estaba en problemas en casa,
mi padre estaba a punto de echarme a la calle, y mi madre no
paraba de mover la cabeza diciendo que era demasiado
callejero y desbocado. La verdad yo también sentía lo mismo,
dentro de mí existía el sincero deseo de ser un muchacho
tranquilo, hogareño, filósofo, religioso y todo eso; pero la
verdad es que nadie puede contra la naturaleza, y lo cierto
era que durante aquellos meses, a mí y mis amigos locos, la
sangre nos hervía en las venas, y todo lo que deseábamos era
acción y más acción. No había forma de detenernos. Si así
nos hizo Dios… entonces, supongo que la locura estaba bien,
la verdad que estuvo muy bien.
Bien, como estaba con los problemas en casa, tuve que decir
a mi familia que no saldría, esa noche no. Les dije que
estaría tranquilo en casa, durmiendo como un angelito. Y así
fue, hice los esfuerzos necesarios y me quedé en casa, en mi
habitación del fondo del patio a donde mis padres de habían
mandado a vivir, debido a mi vida libertina. Para mi era
recontra conveniente.
***
Nos fuimos rápidamente al centro de la
ciudad. Esta vez se trataba de una fiesta recontra movida en
el barrio de San Blas. En la camioneta hice los avances
necesarios con la nueva amiguita, de tal manera que al
llegar a la fiesta ya éramos “novios”.
La fiesta estaba llena de locos, había una banda que tocaba
locamente temas metálicos. Abundó la diversión y la licencia.
Lo cierto es que según puedo yo recordar, estuve bailando,
hablando tonterías, seduciendo y divirtiéndome con mi nueva
amiga, tomando tragos, fumando cigarrillos, escuchando
chistes y todo eso.
A cierta hora, finalmente todos se fueron marchando.
Previamente había llevado a su casa a mi nueva amiguita. Yo
también decidí que la hora de marcharse había llegado, así
que me marché. Al salir a la calle me quedé bobo al
comprobar que ya era de día. Y yo pensé que aún estábamos de
noche. “Ahora sí que se armó la grande” -pensé-. De forma
tal que, raudo y agilito como un gato, me fui en un taxi,
directo a la casa.
Al llegar abrí la puerta tan rápido como pude, y sagaz cual
un puma, me metí en la casa tratando de llegar a mi
habitación sin encontrarme en el camino con nadie. Así
hubiera sido, de no ser porque la empleada, la señora Doña
Sebastiana se cruzó en mi camino. Al verla la saludé. Ella
volteó y me clavó una mirada como de puñales. Seguí mi
camino y justo cuando alcanzaba la puerta de mi habitación,
Doña Sebastiana me dijo con voz como de trueno: “¡Ya vas a
ver lo que te pasa esta vez! ¡Gato negro discotequero!”
FIN.
David Concha Romaña
2009
“Retrato De Grupo”. Isabel Garcia Pires. España.