Una tarde me puse a pasear por las calles
de uno de los pueblos de las provincias altas de la Región
de Cusco. Encontré plazoletas y más plazoletas, cosa que me
pareció adecuada, pues, es bueno que un pueblo tenga tantos
parques públicos como sea posible, abiertos y libres para
que las personas vayan a tomar aire o simplemente a tener un
momento de meditación. Llamó mi atención la cantidad de
estaturas que había en el pueblo, cada una erigida a algún
héroe: A Túpac Amaru, Simón Bolívar, San Martín, y así, a
varios héroes u hombres célebres.
El azar hizo que me detuviera a comprar un helado a uno de
esos muchachos que venden golosinas al pie de las estatuas.
-¿De qué sabor quiere el helado señor? -Me preguntó.
-De mango muchacho, con chips de chocolate. Dime jovencito.
¿A quien está dedicada esta estatua?
-¡Ah señor! Me parece malo que no lo sepa, es el fundador,
Manco Cápac, por esa razón esta plazoleta se llama “Plaza
Manco Cápac”
-Gracias muchacho. -Le dije, mientras recibía mi helado de
mango con chips de chocolate, hecho en casa.
¡Qué maravilla! Un helado de mango natural sin aditivos ni
cochinadas químicas que le ponen a los helados artificiales.
Me senté en una de las bancas a observar al héroe, fundador
del Imperio de los Incas. Era una gran estatua de piedra de
unos tres metros de altura, artísticamente lograda, con las
facciones de su cuerpo y rostro bien delimitadas. En la
cabeza llevaba un adorno, talvez una corona o un tocado,
tenía plumas y piedras. Su rostro era duro, de facciones
severas como el rostro de un águila, su mirada se veía
penetrante y directa, observaba hacia el futuro y al
horizonte, en su expresión se podía apreciar la actitud de
búsqueda, la mirada inquisidora del Héroe. Su cuerpo sugería
movimiento, es más, daba la sensación de que había caminado
mucho y que seguía haciéndolo, pero su cuerpo fuerte y
musculoso mostraba que podría caminar por mucho tiempo más,
en busca del lugar ideal para la fundación del Imperio de
los Incas.
En la mano derecha sostenía una gran barreta de oro. Para
mantenerla parecía utilizar toda la fuerza de su cuerpo
concentrada en su poderoso brazo. La expresión total de su
ser mostraba que había logrado divisar el lugar adecuado
para la fundación del Imperio de los Incas, pero se notaba
también que había caminado mucho tiempo por terrenos duros y
accidentados, pues la formación fuerte de su cuerpo denotaba
una larga y cansada búsqueda. El Héroe no se veía cansado,
pero sí se veía ansioso, necesitado por hallar el lugar, se
veía instintivo, completamente avocado a su tarea, hallar el
lugar adecuado. Sus pies estaban calzados con poderosas
sandalias, se notaba que había caminado mucho, pero, se
veían curtidos y nobles, dispuestos seguramente a caminar
mucho más, tanto tiempo y tanta distancia como fuera
necesario.
Al observar su actitud, aprecié también que era un hombre
resuelto, con una resolución unidireccional, en su ser no
cabía la duda, se notaba que él sabía que tenía que cumplir
con su misión. La estatua revelaba que había divisado el
lugar, y por ello estaba caminando presuroso y resuelto,
soportando sacrificada pero estoicamente, el peso de la
barreta de oro y el esfuerzo de la caminata. Se notaba que
ya era un hombre maduro que había invertido su juventud en
tal búsqueda.
La estatua denotaba también su estado espiritual. Era un
hombre limpio, elegido por alguna voluntad divina para
cumplir con tal designio, resaltaba su lealtad, su carencia
de dubitación para cumplir con su designio. En ningún
momento dudó de su misión ni se preguntó: “¿Por qué yo?” No
lo dudó. Aceptó la orden divina que le encargó fundar el
imperio, y entonces siendo un hombre maduro ya, listo para
dar su fruto, se encontraba presto a encontrar el lugar
adecuado, el Valle de Cusco.
En su corazón había mantenido una angustia desde que salió
de su lugar de origen para fundar el imperio, albergaba una
preocupación por lograr el reto, por eso se apuraba y
esforzaba todos los días al máximo en su misión, no quería
desperdiciar ni un momento para realizar su propósito. Otra
angustia daba vueltas por su corazón, le preocupaba la
situación de la mujer que lo había acompañado y seguido
durante todo el camino. Sin embargo, en el balance completo
de su situación espiritual podía apreciarse que era un
hombre con fe y voluntad, que avanzaba resuelto, seguro y
animado hacia el futuro, hacia el encuentro de su destino y
la realización de su misión. No le preocupaban las
mezquindades de la vida o las pequeñeces del diario vivir.
Su mente se enfocó en cumplir con el designio divino que le
fue encomendado.
***
Luego de haber observado absorto al héroe,
mientras saboreaba el agradable helado, observé la estatua
contigua, la de la mujer, Mama Ocllo, compañera de Manco
Cápac, la fundadora del Imperio. Al verla quedé
inmediatamente sublimizado por la expresión general de la
estatua. La mujer tallada en piedra tenía dimensiones
similares a la del héroe. Su cuerpo era el de una mujer
joven y fuerte, se notaba que la fortaleza de su cuerpo la
había adquirido en la búsqueda en la que acompañó a su
esposo. Llevaba en su espalda un atado que contenía los
alimentos y los pertrechos para las largas jornadas, en la
mano derecha llevaba flores silvestres que le daban alegría
a su corazón, con la mano izquierda sostenía el atado que
llevaba en la espalda, en la cabeza llevaba un tocado de
flores. Su mirada reflejaba confianza y amor desinteresado
hacia su esposo. Era una mujer fuerte que compartía
completamente los ideales de su esposo, aunque no los
comprendía racionalmente, la expresión de su rostro
reflejaba una belleza natural, profunda y limpia como el
agua, y delicada como el horizonte.
Era una mujer cuyo corazón contenía sentimientos de lealtad
y amor infinitos hacia su esposo. El atado que llevaba en la
espalda revelaba que ella se encargaba de los pormenores de
la vida diaria, que eran pocos, sólo los indispensables para
vivir con limpieza y fortaleza en el largo camino. Aunque su
cuerpo, siendo fuerte, denotaba que estaba cansada, pues en
su frente se veía el sudor y el agotamiento de la búsqueda,
mostraba que en su corazón existía completa entrega, amor
incuestionable y fortaleza, aún más fortaleza que la de su
marido, ella era quien le daba la fortaleza. Mientras tenían
sus breves momentos de descanso, ella alimentó a Manco Cápac
con fortaleza espiritual mientras caminaban por las montañas
infinitas, sin hallar el lugar por largo tiempo. La
expresión entera de la mujer reflejaba que era ella quien
supo de inmediato que el valle amplio y generoso que vieron,
era el lugar ideal para la fundación del imperio. Era ella
quien recibió en su corazón la revelación de que ese valle
era el lugar adecuado, revelación que le transmitió a su
esposo.
La posición de las estatuas revelaba que aún estaban en
camino, pero que era la parte final del mismo, ambos sabían
que habían llegado, en sus rostros se reflejaba lo duro de
su jornada, pero, en tanto más dura se había hecho su
expresión, sus miradas expresaban dignidad y respeto. Habían
obedecido y cumplido con su misión.
En cada latido del corazón del héroe brotaba amor infinito
por su compañera y ella era parte de él, se amaban
infinitamente. Él había puesto en primer lugar el
cumplimiento de su misión y ella, simplemente se entregó a
él, sin cuestionarlo, le ayudó en su tarea, dándole valor y
fuerza.
***
Las estatuas reflejaban justo ese momento
en que divisaron a la distancia el lugar ideal. El devenir
de su posición revelaba que al llegar se establecerían y
gozarían de su amor y fructificarían la tierra con muchos
hijos. Se unieron como un solo ser de piedra y quedaron
representados en el momento más intenso y sublime de su
misión. Seguramente el escultor fue inspirado por el Dios
Sol, para que deje a la posteridad las estatuas sempiternas
de los héroes.
Me estaba retirando del lugar realmente impresionado por la
inspiración que me transmitieron las estatuas, cuando de
pronto, interrumpió mi meditación el jovencito heladero y me
preguntó:
-¿Quiere otro helado señor?
-Bueno muchacho, que sea uno de tumbo, ah… y también quiero
una bolsita de vizcotelas.
-¿Le ha gustado Manco Cápac y Mama Ocllo, verdad? -Me dijo
el muchachito.
-Esfuérzate en ser como ellos muchacho, -le dije mientras le
pagaba, dándole una palmada en el hombro. -Ojalá pudiéramos
tener, nosotros los peruanos, el valor y la fe de nuestros
héroes.
Me fui caminando, disfrutando del helado y pensando en que
ellos son héroes y nosotros somos hombres. Mientras estén
allí nos servirán de inspiración.
FIN.
David Concha Romaña
2007
“Intiraymi Resurrecciòn del Sol” en:
sincrodestino2012.ning.com