Llegué a la casa de sanación completamente agotado corporal y espiritualmente, agobiado y golpeado por los difíciles momentos que tuve que enfrentar los dos últimos años. Había estado en problemas judiciales, familiares y económicos. Mi situación era realmente difícil. Sin embargo, la oportunidad de participar en una ceremonia de Ayahuasca se presentó y no quise rechazarla, pues hacía mucho tiempo tenía planificado en mi mente y en mi corazón el deseo de participar en esta ceremonia. Llegué más o menos a las 3 de la tarde para participar en la ceremonia que se iniciaría a las 5 pm. Durante las dos horas que faltaban pasé algunas revisiones médicas y me preparé con la ayuda del chamán y el doctor Josué. El tiempo pasó volando y muy rápidamente llegó la hora, pues era mi primera vez. Lleno de nerviosismo ingresé a la Malloca para iniciar la sesión.
Lo primero que hice fue seguir las indicaciones del médico, el chamán y la enfermera para mi acomodación. Cuanto todo estuvo listo iniciamos con una primera ceremonia de limpieza y protección desarrollada por el chamán. En esa ceremonia previa, el Chamán me sopló con esencias de plantas bendecidas: Agua de Kananga, Sabú, Ruda, y Agua Florida. Luego en un pequeño envase que contenía tierra, me indicó que me la untara por todo mi cuerpo, desde mi cabeza hasta los pies. Luego me indicó que debería permanecer, en una matra apoyado en unos almohadones y cubierto con mantas. La acomodación era confortable y la bendición y ceremonia previa me dieron confianza y valor, pero igual, me sentí intrigado y nervioso, pues había leído y escuchado tantas historias sobre el Ayahuasca que no había manera de evitar sentirse nervioso.
Aproximadamente a las seis de la tarde el ambiente ya estaba obscuro y no sé por qué razón, aquella tarde fui sólo yo, la única persona que participó en la ceremonia. El equipo que me cuidaría se sentó frente a mí en una acomodación en la cual estaban confortablemente sentados el chamán, el médico y la enfermera, pendientes de mi situación. En cierto momento, el chamán sirvió en un vaso la bebida sagrada y se acercó a mí, alumbrado tan sólo por la luz de la Luna que ingresaba por un traga luz ubicado en la cúpula de la malloca y por una pequeña vela encendida en medio del ambiente. Me miró fijamente y me dijo: “Doctor David, por favor, tome la bebida de una sola vez, sin hacer pausa y luego tome agua para aliviar el sabor”. “Sí maestro…” -Respondí. Quedé impresionado por su presencia, pues ya no era el maestro selvático y amable que me presentaron al llegar. Ahora, ataviado de su atuendo típico, la Khusma y su corona hecha de tejidos y plumas, se veía impresionante, su mirada era penetrante y fija. Aún antes de beber la bebida sagrada, sentí que era un personaje muy poderoso. Tomé la bebida, lleno de temor y luego me apoyé en los almohadones a esperar los efectos.
Habría pasado una media hora y aún no sentía nada. El Chamán vino hasta mí y me sopló con el humo del mapacho, que es el tabaco natural que fuman los chamanes. Pronunció algún mantra en su idioma, el Shipibo y luego regresó a su lugar. Entonces, poco momento después, sentí un ardor en mi estómago y una expansión energética que partía desde mi estómago y se propagaba por todo mi ser, no sólo a nivel corporal sino mental y espiritual. Mantuve mis sentidos fijados en la realidad material de la malloca, observé fijamente el ambiente y al equipo que me atendía con la esperanza de que ellos me ayuden a no perder la consciencia, de poco sirvió. En unos minutos, mi cuerpo perdió su propia voluntad de acción, mi mente, se transportó a un plano mental diferente y mi espíritu se llenó de sentimientos muy intensos. En menos de lo que me di cuenta aparecí en otra realidad, me vi convertido en un niño que subía una colina. Yo era el niño, la consciencia de ser el doctor David, desapareció completamente.
Convertido en un niño, subía rápidamente por una colina, pues en la cima estaba sucediendo algo muy importante. La gente subía por todo lado, querían llegar a la cima. En esta visión yo era un niño de 11 o 12 años. Vestía una túnica de colores y sandalias de cuero. Obviamente estaba en una época muy antigua del tiempo.
Subí y subí hasta que llegué a la cima y entonces me detuve, pues lo que vi fue estremecedor. Había tres cruces de madera y en cada una había un ser humano crucificado. La cruz del medio me llamó muchísimo la atención, pues el hombre que allí padecía el cruel castigo, estaba especialmente maltratado y herido. La gente se amontonaba alrededor para ver el espectáculo de las crucifixiones. Los soldados ponían orden entre el tumulto y alejaban a la gente para que se mantuviera a una distancia prudencial entre las cruces y la muchedumbre. Observé al hombre del medio y quedé completamente conmovido e impresionado por lo que vi. Inmediatamente me hundí en lágrimas, no lo podía creer, su cuerpo estaba lleno de heridas y él sufría un padecimiento indescriptible. Su cuerpo temblaba incontrolablemente por el dolor y la tensión que le producía el cruel castigo. Yo sólo era un niño y no sabía quién era. Alguien me dijo: “Es Jesús, el profeta de Nazareth”.
Me di cuenta que en mi visión estaba observando la crucifixión del Señor Jesucristo. Las heridas y el maltrato que vi en él, no se parece a ninguna película de las que he visto en el cine, fue diferente y mucho más atroz de lo que cualquiera pueda imaginar. Como niño que era en la visión, quedé terriblemente conmovido y dolido. Me senté en una parte de la colina a llorar inconsolablemente, pues mi corazón no podía soportar tal experiencia. De rato en rato volvía a mi consciencia normal e igualmente lloraba desconsoladamente. El médico se acercó a mí para preguntarme: “David. ¿Podemos ayudarte?” “Sí… más tarde, sólo deseo estar solo, muchas gracias”-Le respondí. Luego volvía a ingresar a la experiencia. Me levanté del lugar de la colina en que estaba llorando desconsoladamente, limpié mis ojos, pero mi corazón latía con fuerza por la impresión, me acerqué aún más y pude ver su rostro sufriente, lleno de sudor, sangre y dolor. Era la encarnación del sufrimiento en un grado que nunca antes vi en ser humano alguno. Me senté consternado en el polvo de aquella colina llena de dolor. La gente pasaba por mi lado con prisa para volver o acercarse. Algunos estaban renegando, otros hablaban mal del gobierno romano y algunos lamentaban lo sucedido. Y yo yacía allí, sentado, impotente, con el deseo de hacer algo para aliviar el sufrimiento de ese hombre crucificado de manera tan cruel. Habían herido todo su cuerpo, estaba lleno de marcas de las torturas previas que le hicieron y cubierto de su propia sangre. Era posible apreciar los espasmos musculares que le producía tan atroz situación. Nunca antes sentí tanta impotencia y misericordia. No podía pensar. En algún momento, en mi mente se configuró una pregunta y una protesta: “¡Por qué le han hecho tanto daño!” Y luego, sin poder evitarlo lloré sin consuelo en aquella colina, mientras avanzaba el tiempo y el Señor Jesús sufría en esa cruz.
No pude soportar la visión, me puse a sudar profusamente y volví a ser consciente de que estaba sentado y apoyado en almohadones en la Malloca, experimentando una visión de Ayahuasca. Me toqué la frente con la mano derecha, sudaba todo mi cuerpo, mi corazón latía rápidamente y lloraba sin consuelo. El chamán al observarme, le dijo al médico: “¡Déjalo! Tiene que vivir esa experiencia, la necesita…”
Cuando nuevamente sin poder evitarlo, perdí la consciencia y volví a la visión de Ayahuasca. Vi al Señor Jesús crucificado, pero ya no lo vi en la circunstancia de la colina y yo ya no era un niño. Era yo mismo, David, un hombre adulto. Lo vi en una procesión llena de personas contemporáneas. Vi la estatua de Jesús crucificado que estaba siendo llevado al frente de la multitud. El Cristo que vi, era la figura de un ser humano sufriente, con un grado de sufrimiento inmenso que se plasmaba en su rostro. Pero no era el rostro que yo vi en el hombre de la colina. Ese Cristo era una estatua fabricada para ese fin. Estaba ataviado de lujosos vestidos y joyas de los más exquisitos materiales: oro, diamantes, minerales y cristales preciosos y brillantes en su corona. La imagen me conmovió e impresionó demasiado, quedé en estado de shock, pues yo veía a un ser infinita y absolutamente sufriente, con un sufrimiento indescriptible y entonces me llené de dolor y tristeza y me dije a mi mismo: “¿Cómo pueden rodear de joyas y riquezas tan exquisitas a un ser que está sufriendo tanto atrapado y clavado en la terrible cruz?” “No es posible, no es justo” Era una manera de seguir torturándolo y era también la ironía y el sarcasmo más cruel que se puede hacer en una situación así. Simplemente no lo podía creer. Entonces me desesperé, mi mente volvió a la imagen inicial de la colina y volví a observar al ser sufriente, al cuerpo torturado de Jesús clavado en aquella cruel cruz de madera.
Las imágenes se mezclaron y vi al Cristo de la procesión, pero al mismo tiempo al Cristo sufriente de la cruz. Vi que su cuerpo temblaba incontrolablemente y caí en la desesperación, pues me puse a temblar, sudar y sentir su dolor. Por unos momentos sentí en mi cuerpo y mi alma ese inmenso dolor.
Traté de salir de la experiencia, pero por un tiempo que no puedo determinar, no pude hacerlo, me vi obligado a observar el contraste entre el lujo desmesurado con que las personas habían ataviado a la estatua de Cristo. “¿Cómo puede haber santidad y adoración, llenando de joyas a un ser que sufre una indescriptible penuria?” –Me pregunté. Es una cruel contradicción. Los miles de personas que observaban junto a mí el espectáculo no parecían darse cuenta. Quedé conmovido sin saber qué hacer. Mi cuerpo sufría y temblaba como si yo fuera el que sufría tal castigo y aun así sentí que había perdón y amor en Cristo. En medio de mi dolor y sufrimiento sentí una energía de perdón y amor que provenía del Señor Jesús, para mí.
En cierto momento, mientras temblaba sin parar y todo mi cuerpo se encontraba en estado de shock y mi mente y espíritu sentían el dolor inmenso del sufrimiento de Cristo y la nobleza que le permitía soportar esa experiencia, pude retomar algo de la cordura y entonces desesperadamente llamé al doctor y le dije: “¡Doctor ayúdeme! ¡Necesito salir de esta experiencia, no la soporto más! Entonces el doctor, la enfermera y el chamán vinieron hacia mí con las esencias y la pluma de cóndor e hicieron rituales a mi alrededor y poco a poco salí de la experiencia. Quedé extenuado, llorando sin parar. Algo en mi mente me dijo: “El sufrimiento es parte de la condición humana. Pero la experiencia de Jesús, nos ayudará a perdonar y a encontrar consuelo”.
Entonces el Chamán y los demás me ayudaron a incorporarme. Yo estaba en un estado realmente triste y de conmoción. Me llevaron a mi habitación y me ayudaron a acostarme para dormir. Quedé solo en la habitación llorado sin lágrimas y cansado de llorar conmovido por el sufrimiento de Cristo y por el mío propio, me fundí en un solo sentimiento de dolor y sufrimiento. Dormí con mi cuerpo adolorido, como si yo hubiera sufrido en carne propia todas aquellas torturas que le hicieron al Señor Jesús el Cristo. Me sentí tan pequeño, pero sentí también que me curé, sané de mis traumas por el Señor. Ahora sólo siento infinito respeto y amor por él. No sé qué haré con todo esto en el futuro, pero, aunque no haga nada siento que todo ya fue hecho en mí. Esa noche el Señor me curó y me ayudó a comprender y a sentir algo superior a cualquier experiencia de terapia. Recibí el perdón y la luz del Señor aquella noche.
A partir de aquel momento, los conflictos que yo tenía con el Señor Jesús, producidos durante mi vida religiosa, desaparecieron, me reconcilié con Jesús el Cristo y hasta el día de hoy, no tengo más conflictos, sino que lo quiero y siento una inmensa admiración por lo que él hizo por todos. Ese infinito sufrimiento tuvo un sentido y sigue teniéndolo. Sólo sé que en el futuro tal situación tendrá que cambiar, tendremos una imagen, un recuerdo glorioso y amoroso de Cristo el Señor. Aquella noche la Madre Ayahuasca me ayudó a reconciliarme con Jesús el Cristo y quedé completamente curado en mi fe.
Escrito en Pisaq. 2018.