Una tarde me visitó mi gran amigo Juancho,
con quien conversamos animadamente, a propósito de los
acontecimientos y situaciones de mi vida en esa temporada.
- Angelo, no puedes seguir así, tenemos que hacer algo. Eso
de estar escuchando voces y viendo cosas que no existen, de
hablar a solas por las calles. Por favor Angelo, acepta y
permíteme pedirle a la señora Isabelita que te prepare un
buen caldo, vas a ver que todo se soluciona. -Me dijo mi
gran amigo Juancho, dándome unas amigables palmadas en el
hombro, mientras conversábamos en mi taller de pintura.
- Escúchame Juancho, ya sé que estoy mal, pero yo siempre he
sido así, sólo que últimamente estoy un poco más grave. Lo
que pienso es que soy un iluminado y toda esta locura es el
preludio de una revelación. ¡Seguro que uno de estos días se
me presenta una deidad y fundo una nueva religión! -Le
contesté levantando las manos en actitud mesiánica y riendo
cual loco.
- ¡Ya basta Angelo! ¡Basta ya de locuras! ¡Déjate de
tonterías! Hoy mismo me voy donde la seño Isabelita y el
sábado temprano, a las seis de la mañana te llevo a tomar un
buen caldo de cabeza de perro negro, para que se te pase esa
locura y vuelvas a ser el mismo de antes. Ya casi ni
trabajas, te pasas todo el día en tus locuras, escribiendo
cuentos y pintando estupideces. Quieras o no quieras el
sábado nos vamos a donde Isabelita. Durante la semana tengo
que conseguir un buen perro negro, si es viejo y callejero,
mucho menor, la sustancia es mejor. Vamos a venir con
Alfredo y Arturín a llevarte. Ya le hablé a tu mujer, ella
me ha dicho que cualquier cosa es mejor a que estés así
loco, dando problemas a todos.
- Bueno pues Juancho, qué te puedo decir hermano lindo, si
es por mi bien, así tendrá que ser. Pero… ¡Cómo se te ocurre
boludo que yo voy a tomar un caldo de cabeza de un perro
negro callejero y viejo! -Le contesté, levantando los brazos,
molesto y rojo por el enfado.
- Lo siento, esa es la cura. Ni te preocupes, bien sazonado,
queda rico, es como tomarse un caldito de cabeza de
corderito. -Me dijo con expresión socarrona, con los ojos
brillantes y una gran esperanza en su expresión.
- Sí… como no, caldito de cordero. ¡No! Y quien demonios es
esa vieja “Isabelita”, que sabe ella. -Le contesté un poco
más calmado.
- Ah, ni lo pongas en duda. Isabelita es la hermana del
famoso “Loco Marcuscha”. Recordarás que Marcuscha estaba
reloco, su hermana lo trató con calditos de cabeza de perro
y él mejoró mucho. Ha curado a muchos. La loca Leila,
también se ha tranquilizado con los tratamientos de
Isabelita, estas en buenas manos hermanito, no te preocupes.
- Bueno Juancho, bueno. -Le respondí complaciente- Pero, ¿Y
que hay de la psicoterapia, la psicología, el Ayahuasca y
todo eso.
- Todo eso funciona Angelito, pero entiende hermanito, la
cabeza de perro es contundente. Ya veras lo bien que te
pones.
- Ya pues Juancho, el sábado, te esperaré a las seis de la
mañana. Pero eso sí, nadie tiene que saberlo. ¡Te advierto
Juancho!
- Sí mi hermano, todo es privado, no hay problema. ¡Ah! Casi
lo olvido, Angelito, tengo que pagarle a la señito Isabel,
ella ya sabe, también tengo que conseguir al can.
- Ya, ya Juancho, no le des más vueltas a lo mismo, dime
cuanto necesitas.
- Serán pues hermanito… unos doscientos soles.
- ¡Por un caldo Juancho, no te pases! Ya sé, lo que quieres
es billete para ir a chupar con los malandrines y con esas
mujercitas que te dan vueltas.
- Bueno Angelito tu sabes… siempre hay que sazonar todas las
chambitas.
- Ya Juancho, ya, te daré el dinero. Espero que no me salgas
con cuentos.
- No Angelito, todo estará bien.
Mientras el pícaro Juancho me esperaba en la salita, entré
al escritorio y saqué el dinero. Yo sabía que el asunto del
caldo de cabeza de perro no costaba ni la mitad, pero, en
fin…¡En fin! Juancho era un vagabundo pícaro que vivía de
este tipo de cosas, además siempre fue un gran amigo. Darle
un dinerito para que se divierta me causaba complacencia y
agrado. Aunque a decir verdad, de ser cierto, me estaría
haciendo un gran favor, la verdad es que los últimos meses
me puse más loco de la cuenta, digamos que se me estaba
“pasando la mano.” Un buen remedio para estabilizar la
cabeza me caería bien.Juancito se fue ofreciéndome que el
próximo sábado a la hora indicada, estaría en mi casa para
llevarme a tomar el dichoso caldo.
Pasé la semana metido en casa pintando las imágenes que
venían a mi mente: Un antropoide del año de la pera, lleno
de chips en la cabeza y ojos computarizados, pinté a la
serpiente del paraíso que tenía cara de mujer, al rey
Nabucodonosor, logrando reflejar en la pintura su ambición y
orgullo. Y así, escribí y pinté mil locuras. Pasé horas y
horas hablando conmigo mismo, riendo y alucinando mil
locuras. Hace tres meses que no trabajaba en nada, a mis
clientes les dije que estaba de viaje. La verdad es que
estaba más loco que una cabra, me pasaba el día esperando
que los alienígenas me transmitan el mensaje cósmico para
fundar la religión del nuevo milenio.
La verdadera preocupación de mis amigos, era que dejé de
trabajar y consecuentemente tenía menos dinero, para darles,
para mantenerles, para sus juergas y para salvarlos de las
mil estupideces en las que se metían.
***
La noche del viernes me tomé unas chelas
con mis amigos, para estar relajado y poder tomar el tal
caldo de cabeza de perro al día siguiente. Dormí tranquilo y
no tuve ningún sueño. El sábado de marras desperté muy
temprano y me cambié para ir a tomar el “desayuno”. La
verdad es que de sólo pensar en tomarme un caldo de cabeza
de perro negro vagabundo y callejero, se me quitaron
completamente las ganas. Pero, ni modo, si quería salir de
este episodio de locura tenía que hacer algo. Ustedes saben
lectores, para este tipo de visiones, voces y revelaciones
cósmicas, sólo hay dos soluciones, o le das cuerda al asunto
y fundas una religión y comienzas a lucrar con tu locura, o
pasas a la condición de “loco cósmico irremediable”, la cual
era ya mi situación. Tomar psicofármacos no funciona para
este tipo de situación, el psicoanálisis y la psicoterapia,
en realidad funcionan un tiempo y luego sigues en las mismas.
Parece que lo único que realmente funciona es la sabiduría
popular. El asunto este de tomar un caldo de cabeza de perro
negro, no es nuevo y al parecer goza de prestigio entre la
gente del pueblo, por esta razón acepté tal solución.
Mientras pensaba en estas cosas, sentado en el sillón,
esperaba la llegada de Juancho, sonó el timbre y justamente
era el tipo, llegó y pasó a la casa. Vino con Alfredo y
Arturín.
-Ya Angelo, hermanito está todo listo, nos vamos. Ahora vas
a ver que rico caldo te vas a tomar y lo bien que quedas.
- A ver pues si resulta cierto todo este asunto. ¡Te
advierto Juancho! -Le dije señalándole con el dedo de manera
amenazadora y con visible gesto e enojo- ¡Si no funciona
este asunto te las vas a ver conmigo!
-Vamos Angelo, todo saldrá bien, la señito Isabel es una
profesional. -Me dijo, mientras Alfredo y Arturín lo
secundaban con palabras y expresiones de aprobación.
Luego de un corto viajea pie por las calles del centro de la
ciudad de Cusco,durante el cual discutimos y reímos mientras
les contaba más y más cosas sobre las “revelaciones” que iba
recibiendo los últimos días, nos detuvimos en una casa vieja
de la calle Fierro e ingresamos.En la entrada Juancho me
decía: “Agradece hermanito, hoy la atención es sólo para ti,
nadie nos va a ver, no te preocupes”.
Ingresamos a un patio. De una de las puertas del segundo
piso salió una señora gorda que nos saludó: “¡Hola
muchachos!¡Ya todo está listo!¡En este momento bajo para
atenderlos!”Esperamos un momento en el patio. Yo observaba
el patio central;era bonito y bien distribuido como en todas
las casonas antiguas, pero viejo y descuidado. Más parecía
el patio de una chichería, pero no era una chichería sino la
casa de una bruja, terapeuta natural, charlatana o yo que sé.
Luego de unos minutos la señora gorda bajó, notablemente
abrigada por el frío de la madrugada, pero con muy buena
disposición para atendernos.Juan nos presentó. Nos saludamos
cortésmente, aunque luego de unos segundos ella comenzó a
tratarme como si fuera su hijo: “Escúchame niñito, te
tomarás el caldito que he preparado y te vas a poner bien
tranquilito. Ya a varios que han venido, les he curado, no
te preocupes”. -Me dijo con expresión maternal y piadosa.
Nos hizo pasar a una ambiente que era la cocina, nos
sentamos en una mesa que estaba organizada para el desayuno
especial. Inclusive la gorda me puso música, boleros de
Lucho Barrios, mientras se fue a la habitación a servir la
pócima.Poco rato después un olor a caldo llegó hasta mis
narices, era un olor fuerte, cargado de aromas a minerales y
comida.
Estuve esperando sentado en una silleta al lado de la mesa,
mientras Juancho me explicaba las bondades del caldo de
cabeza de perro. Mientras hablaba y hablaba y mi
preocupación y asco iban en aumento, la gorda ingresó a la
habitación trayendo un plato, que en realidad no era un
plato, sino, más bien diría yo que era una pequeña palangana.
La acercó hasta mí, humeante y despidiendo aquel olor
infernal a comida y minerales fundidos.
Colocó el recipiente de caldo humeante en la mesa. En el
gran plato había un líquido grasoso y lechoso, lleno de
hierbas y otras sustancias. Ocupando casi todo el espacio,
había una gran, pero… ¡Gran cabeza de perro! Ya estaba
pelada como la de un cordero, pero conservaba todas sus
partes. Sus ojos hervidos parecían mirarme directamente a
los ojos, aún conservaba sus orejas. Parece que en vida este
can del infierno era un pastor alemán.
-Haz un esfuerzo hermanomío, tienes que tomarte todo el
caldo y comerte la cabeza, es como un caldo de cordero, no
te preocupes. Los resultados son seguros. -Me dijeron los
muchachos, dándome ánimos, mientras me daban unas palmadas
en la espalda.
Me senté lentamente en la mesa y me dispuse a tomar los
cubiertos e iniciar a ingerir el indeseable caldo. De
pronto, algo dentro de mí me detuvo. Volteé y miré a los
muchachos y le hablé directamente a Juanito:
-¿Sabes Juanito? -Le dije en un acto impulsivo y defensivo,
retirándome de un tirón de la mesa- ¡Tú y esa vieja bruja
tómense este caldo del infierno carajo! ¡Ni aunque esté
muerto lo tomaré! ¡Tú eres el único loco, yo soy un
iluminado y nadie entiende!
Salí corriendo de la casa, mientras los muchachos y la
señora gorda me perseguían. Al estar a unos metros de la
casa, ya en la calle, les grité fuertemente:
“¡Prefiero estar así loco viendo cosas del cosmos y
recibiendo revelaciones! ¡Ni a patadas me tomo ese caldo de
miércoles! ¡Tómenselo ustedes y que les aproveché!”-Y me fui
caminando apurado entre la gentea comprarme un buen vino
para pasar el mal sabor.
Mientras huía del lugar, no sabía si reír o llorar, pero
preferí reír a carcajadas, sin poder explicarle a la gente
que me miraba admirada, la razón de mis risotadas.
FIN.
David Concha Romaña
2011
“Un Hombre en el precipicio de la Cordura”.
Antonio Robles Ramos. España.